Redes rotas

Marinero errante

en el  mar infinito,

manchado por la luna

de resplandores,

te dicen que te aguardan

con ansiedad, a veces,

y lo recuerdas en la soledad vacía

cuando no tienes que remar

y el mar también se calla.

 

El faro está lejos

pero imaginas su luz de isla

como un lugar maldito entre las rocas blancas.

Quizá el farero no se ha tumbado todavía

y vigila la ventana desnuda donde

buscando un barco,

nunca ve nada más que su silueta de sombra:

la noche es para él la ceguera

de un ojo luminoso en las aguas.

 

Siempre hay un rumor,

un traqueteo del mar contra el casco

que algunas noches se oye más claro, más fuerte, más tuyo,

podría llegar a meterse en tu cabeza

y seguir latiendo por sí mismo,

como el ritmo de la bogada se pega al corazón.

 

Mira arriba, el techo está punzado por agujas relucientes

tiene un silencio celeste

que es difícil de escuchar porque siempre está ahí

esperando que acalles del todo el eco que te acompaña.

 

La marea debe estar llena

te das cuenta,

es propicio para pescar

pero dudas, a ti el mar te sigue pareciendo inmenso y confuso,

sin referencias para abarcarlo de algún modo; no pierdas tiempo

la corriente te aleja, dicen.

 

El amanecer está perdido en algún lugar

que no puedes adivinar por ahora,

debes trabajar, debes volver;

con tus redes a la deriva en la honda negrura

te esfuerzas por recrear el fulgor

de las escamas azules,

de momento sólo tus manos,

su sangre en los cordones helados,

sólo las olas y sus espumas disueltas por el viento azuzado

te llevarán el sudor y la sal cuando

tus pies vuelvan a surcar la tierra

y te salpique sin remedio su espejismo de palabras.

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