LAS MOSCAS

A veces en la vida hay que elegir y cada elección implica asumir que no puedes tenerlo todo, y que seguramente el descarte en muchas ocasiones se ve como una opción  más atractiva y nos hace dudar acerca de si nos hemos equivocado.  A cuento de qué, se preguntarán, esta peroraturra sobre las disyuntivas que nos abordan a lo largo de la vida.  La explicación es sencilla, tuve que elegir entre frio y calor y claro me dejé llevar por la idea de la luz, la tibieza, la palmera inclinada, el farniente latino… y me tiré al calorcito.

Supongo que lo que más deseaba en ese momento era escapar de la sensación de pies helados que te persigue como una maldición incluso cuando te metes en cama a dar pedales, pero claro, las decisiones importantes no se pueden tomar cuando tienes hambre (iba a decir que no se pueden tomar en caliente, pero en este caso particular…) si no reposadamente.  Y qué mejor reposo que el aire cálido de la canícula permanente.  Eso sí, no contaba con unas criaturas persistentes, ruidosas y con querencia natural a convivir con los mamíferos, las moscas. Musca doméstica.  Eso reza su denominación taxonómica, o eso es solo un eufemismo científico  para no liarse con todo lo que vuela y no tenga abdomen de avispa ni patas de mosquito. Porque a decir verdad yo tengo en casa una variedad de tamaños y colores que vale, que puede que sean domésticas (u okupas por sus cojones), pero vamos, que cada una es de su familia y se nota.

Aunque su fisonomía y brillo tornasolado me interesan menos que su comportamiento, porque mira que joden pa lo que abultan.  Hay algún espécimen, los menos, que se dedican a sus cosas, a estar por ahí, tranquilas, posadas en su esquinita con alma de polillas ciegas, dándole vueltas a un grano de azúcar con afán estajanobista, pero no, la cosa no es tan fácil, no nos creamos que la convivencia se establece de esa forma tan civilizada.  Por algo le hemos agregado un adjetivo tan explícito a estos seres que no admite dudas en cuanto a su naturaleza interactiva: cojonera, doméstica no, mosca cojonera.  Ahí lo tienes, no lo he inventado yo una mañana de mal café, por algo será y algunos que hemos salido de las urbes y las latitudes árticas lo podemos atestiguar.  Pero no generalicemos, en esto de hostigar a los genitales por sistema, digamos que hay de todo en los que se refiere a la conducta de estos seres alados.

No sé que dirá la entomología, pero aquí tenemos un grupito muy definido que se dedica a planear, al revoloteo constante, digamos que no tocan los cojones, pero los oídos no veas. Porque bueno, lo suyo es volar, sin embargo no lo hacen en silencio, no, acompañan su doble looping con un zumbido que supongo que será como quién presume de motor en su automóvil (observa el grado de autobombo al que llego con mi deportivo) como que mira, que voy sobrao de gasolina y tranquilito  no te vayas a sulfurar que tengo para toda la tarde.  En algunos casos el zumbido es tan agudo y rabioso que parece que se hayan dado cuenta que están encerradas y van a toda pastilla contra los cristales con un entusiasmo verdaderamente kamikace.  Eso sí, les abres la ventana y… tira tú, se dan la vuelta inexplicablemente, alucinante.  Con estas no te hagas ilusiones de cazarlas con un trapo y estamparlas contra la puerta de la nevera, porque no se posan nunca.  O quizá sí y se relevan con sus compinches para que el zumbido no decaiga mientras uno intenta recordar en qué tenía ocupada su mente dos segundos atrás.

Por un lado, tenemos al ala combatiente.  A saber, una serie de individuos que guiados por su instinto o directamente por una mala baba pertinaz, van a por ti.  Y claro, hay momentos en los que te cogen con la guardia baja y hala, ese momento tan dulce en el que vas a caer catatónico devorado por el sofá se acaba convirtiendo en una mala hostia de digestión frustrada que es que no pillas a una y venga palmadas en el aire, y el vecino que te ve aleteando por fandangos en el fondo del salón cada vez más encabronado, se te acaba riendo  en la cara. Y con razón. Porque parece que ellas también se te rían en plena jeta, como si no se estuvieran jugando la vida, ahí estás relajando la respiración, a punto de soñar con que estás soñando y de repente, se te posan en el bigote, o en un parpado, o pasan por tu oreja en plan eh Antoñito, no te me quedes apalomao, que vuelvo a pasar en medio minuto pero más cerca.  Entonces te entran unas ganas de autoestamparte el bicho en plena cara que te da igual si te deja una calcomanía animal en la frente o si te cae jugo de díptero en el lagrimal, lo importante es acertar, quedarse a gusto y esperar diez segundos a que el silencio cobre un espesor suficiente como para relajarse con la certeza de que el espacio aéreo está libre de parientes cercanos o allegados del reciente fallecido.

Y como no iba a ser diferente de otros ordenes de la vida, muchas veces pagan justos por pecadores, los justos en este caso son la sección pedestre, esos entes voladores que deciden renunciar a surcar los aires y se dedican a ramonear por encima de la mesa, la puerta del horno o simplemente a adherirse a las ventanas para coquetear con sus invisibles congéneres silvestres.  Y claro, uno se incorpora de una siesta fallida y pam, pim, pum, plaf, plof, no vaya a ser que a alguno se le ocurra creerse el barón rojo y así se atajan posibles tentaciones, cortando por lo sano.  Aún me estoy preguntando por dónde entró tanta tropa.  Normalmente me cuido de no dejar puertas abiertas o eso me creo yo , pero claro, entra, sale, ventila, vuelve y entonces cuando te das cuenta, te estiras en la cama y ya tienes a alguna encima de los morros, con la grima que da que se te cuelen por las cornetas nasales y otra vez a la guerra, pim pam…

Supongo que toda esta historia de aversión viene por nuestra incapacidad de permanecer inmóviles mientras estos bichos posan su ligereza sobre nosotros, estaríamos muertos o en fase gagá- que es una transición hacia la muerte-.  Entonces reaccionamos, no vaya a ser que se den cuenta las demás y nos ataquen en masa aprovechando un paralís que nos convierta en un trozo de carroña.  Y  llega septiembre y octubre y uno se vuelve más condescendiente con ellas, las ve más lentorras, más vulnerables, la compasión es una afección sin memoria, igual que la nostalgia, emparentada sin duda con el hábito, (independientemente si este nos nutre o nos mata).  Cuando llega enero y todo se vuelve demasiado silencioso  surge la duda de si volveríamos a cambiar aquel zumbido por el de nuestra conciencia, seguramente con el romper de la primavera pensemos lo contrario, o no. Lo cual hace que con tanta duda e incertidumbre  cualquiera acabe mosca.

Comentarios (4)

  1. Isma dice:

    Holaaa.
    Jamás había leído un texto sobre las moscas y sus derivados tan real y verdadero como este.
    Muy bueno!

    1. La Huella dice:

      Muchas gracias Isma!
      Supongo que no es un tema muy habitual. Pero de eso se trata, de ir explorando juntos. Gracias

  2. Ana dice:

    Muy buena metafora,siempre habrámoscas…

    1. La Huella dice:

      Gracias Ana. Sí… que nos tantean y ayudan a reconocernos.

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