La casa desnuda

Siempre estuvo ahí
presente
atestiguando
el baile fugitivo de las miradas
las manos alejándose
nuestra cansada ternura.

Como una escena hueca
siempre estuvo ahí
techo paredes suelo,
cuatro puertas y ahora
silencio
sin tus pasos gastando
la orilla de las horas.

En la mesa
la fruta arrugada
saca la dulzura de su olor
reclamo para moscas imposibles
meciéndose en el recuerdo
del último verano
que transpiramos juntos.

Tras el polvo del descuido
las plantas erigen su presencia
en las esquinas,
un brillo tenaz es su respuesta
para todo y para el que no ha preguntado
una metáfora para seguir brotando
sin motivo alguno tras la ausencia.

Sin razón o con ella
que más da ahora
si no logro adivinar tus manos
en los libros parapléjicos
y su escora inadvertida,
ese volumen sobresaliendo…
algún intento fallido de relectura
vuélvelo a las filas del olvido
que no te señale
que el olvido es tuyo
y que siempre vuelve
en forma de apetito bestial
de búsqueda inacabada
de la sed infinita del colador.

No hace falta ir a la habitación
ver los cercos del vino en el velador
penetrando en la madera con la obstinación
mineral de su tintura,
volver a acomodar el maniquí desnudo
de tus collares,
no es necesario que los objetos
me remitan a tus dedos
al retumbar de los reproches
sanadores de la conciencia,
sin embargo se empecinan en convertirse
en inventario de mi derrota
que el tiempo hará su trabajo
que la perspectiva
que ya que…

Pero ¡cómo voy a abstraerme
del cajón que acumulaba tu fantástica erótica!
Está ahí, semiabierto
con su tirador dorado
perder la cabeza es un eufemismo
para sortear a la moral
esa marca no tiene retorno
y encuentras un extraño placer
en esbozar lo inconfesable
como si esa sinceridad a medias
te otorgase algo por elevarte sobre la mentira ajena.

Las imágenes de tu cuerpo madrugado,
su peso carnal
caminando hacia la cocina
las botellas de licor mal encorchadas
aromas
pegajosos de café
sigues vagando por el parquet transversal
de un piso a reformar perpetuamente
mientras las perchas danzan leves
recordando unas blusas sin forma precisa
en un aire ensanchado por el vacío
demasiado espacio entre las sienes
para que se cuele el eco
el viento y su punzón espiral.

En el jarrón de tus dalias
lucen con humildad unos jacintos recortados
de hace dos semanas,
dos meses ya
el calendario es otro embustero
como estos cuadros sin alma,
como esa hiedra petrificada,
como los cristales opacos de esa vitrina
¿Qué hacéis todos mirando?
Hasta las ventanas son espejos
preguntándome lo mismo
no tengo razones
mi única respuesta es esta casa
que siempre estuvo ahí,
desnuda y paciente
ofreciéndome silencios
que la sangre inevitable
como la marea me negaba.

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