Todo de mí

Puede ser un desván, un rincón en el invernadero, un escondite sombrío.  Cualquier sitio que nos haga pensar en un espacio en el que lo único que importa es la certeza de la intimidad.

Allí me refugio aboliendo toda distracción de los sentidos, como una bestia mellada que buscara la penumbra de una cueva para lamerse las cicatrices de siempre.

Sin luz ni reloj me hundo en el mundo de la sensación y esta se nutre en el pensamiento y sus emboscadas de ilusiones abrasadas por la realidad, del sentido extraviado silenciosamente entre los años.

Mientras noto crecer el pelo lentamente, reviso papeles que me hablan de revelaciones de un ojo inocente, de señales repetidas, de un rostro que ya no me pertenece. Sin embargo, todo aquí es mío, tan mío que desearía que fuera de otro para volver a comenzar y así descargar las palabras de todo su peso, regresar a ellas con la fuerza del alumbramiento.

A espaldas del mundo me desaliño sin pudor, cara a cara con la noche apuro su erótica desvelada.  El tiempo se disuelve, su escala son los encantamientos que me sostienen en pie.  El sudor se va acumulando. La música me arrastra a escenarios insospechados.  Algo brutal germina en mi sexo mientras la gente se encamina al supermercado como preámbulo de su próxima tarea.

Un sustrato moral parece querer atacarme mientras la guitarra se pega a mi piel y me devuelve más silencios que armonías, replica irrefutable de mi espíritu cansado.

Pero la sangre se eriza de nuevo y estallan fotografías saturadas de carne y libido.  Amanece, la luz me castiga con su evidencia, la comida de anoche sigue ahí, su presencia, su olor crudo. No es una llave para mi cuerpo, más bien un bodegón ajeno oxidándose.

La calle te reclama con su sonido mecánico y yo me refugio en mis esfuerzos expiatorios que nunca se llevarán a cabo como todas las mentiras que me repito para defenderme de la verdad, del exorcismo de mi infortunio, de la certeza de bailar con mi sombra solo por el hecho de arrancarle un paso digno.  Supongo que este retrato es intransferible, supongo que hay un manojo de frustración porque así sea.  Me lo confesó Fausto, la noche que me puso frente al espejo para sacar todo de mí.

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